20 de septiembre de 2015

Emancipación en movimiento: la experiencia zapatista



Además de ese aire mágico y atrapante que pretendí transmitir en el artículo anterior, San Cristóbal de las Casas ostenta una larga historia ligada a la lucha por la liberación de los pueblos, al sostenimiento de organizaciones alternativas que funcionan más allá de los poderes y alcances del Estado. San Cristóbal es el epicentro donde el temblor conocido como el neozapatismo, o zapatismo a secas, dio sus primeros sacudones. En enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), una organización indígena y campesina que venía creciendo en silencio desde mediados de los ochenta a lo largo de vastos territorios del sur del país, hizo su aparición pública en este poblado de Chiapas cuando le declaró la guerra al gobierno mexicano y al presidente de entonces, Carlos Salinas de Gotari.
Después de tomar por la fuerza el Palacio Municipal de San Cristóbal durante la noche del 31 de diciembre, en las primeras horas de aquel año nuevo el EZLN exigió “trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz” para todo México. La intentona inicial derivó en una brutal represalia por parte de las fuerzas oficiales, y los ataques a poblaciones chiapanecas de los días siguientes llevaron a que buena parte de la sociedad mexicana exigiera una vía pacífica para las demandas zapatistas.

LOS ACUERDOS DE SAN ANDRÉS

Dos años más tarde, al inicio de 1996, los zapatistas emitieron la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, en la que sentaron las bases de una construcción política de nuevo tipo, no partidista, que no luchara por el poder estatal, que fuera independiente, autónoma y pacífica. Aquella declaración (como muchas otras que se pueden encontrar con facilidad en palabra.ezln.org.mx) moldeó el espíritu de este movimiento libertario que se sostiene hasta nuestros días, luego de atravesar más de dos décadas de profundas transformaciones y enfrentamientos con todos los partidos tradicionales, con el ejército, con fuerzas paramilitares creadas exclusivamente para su destrucción, y con cada uno de los mandatarios que vinieron después de Salinas de Gotari.
Ninguno de sus sucesores realizó un intento concreto para convalidar en plenitud los llamados acuerdos de San Andrés, firmados entre el gobierno y los zapatistas en los primeros meses del ’96, aunque luego desconocidos por las autoridades nacionales. Entre sus puntos esenciales se encuentran la autonomía y la libre determinación; la consideración de los pueblos indios como sujetos de derecho político, tierras y territorios; uso y disfrute de los recursos naturales; elección de autoridades municipales y derecho a asociación regional, entre muchos puntos primero aceptados y pronto dejados de lado por los representantes del Estado.
Más cerca en el tiempo, en 2003 el subcomandante Marcos, fungido una vez más como vocero del EZLN después de un período de silencio, emitió una serie de comunicados y mensajes en los que, entre otros asuntos, aclaraba que el zapatismo aplicaría unilateralmente los acuerdos de San Andrés en los territorios de Chiapas y otros estados bajo su control, situación que se mantiene desde entonces, sin reconocimiento estatal aunque con incontables respaldos que llegaron y llegan de otras organizaciones campesinas, indígenas y sociales de todo el planeta.


LA SEXTA

Los años transcurridos desde su aparición pública hasta hoy hacen necesario un pequeño resumen del derrotero zapatista, camino que se puede entrever en algunas de las consignas vertidas por Marcos en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, de junio de 2005, última de las pronunciaciones de este tipo, que suelen ser las más relevantes debido a que cargan con todas las lecciones aprendidas y el camino recorrido desde la declaración anterior.
Sobre el final de ese mensaje conocido como “La Sexta”, el ejército zapatista “mantiene su compromiso de cese al fuego ofensivo y no hará ataque alguno contra fuerzas gubernamentales ni movimientos militares ofensivos. Mantiene su compromiso de insistir en la vía de la lucha política con esta iniciativa pacífica que ahora hacemos. Por lo tanto, el EZLN seguirá en su pensamiento de no hacer ningún tipo de relación secreta con organizaciones político-militares nacionales o de otros países”. Además, el movimiento refrendó “su compromiso de defender, apoyar y obedecer a las comunidades indígenas zapatistas que lo forman y son su mando supremo, y, sin interferir en sus procesos democráticos internos y en la medida de sus posibilidades, contribuir al fortalecimiento de su autonomía, buen gobierno y mejora de sus condiciones de vida. O sea que lo que vamos a hacer en México y el mundo, lo vamos a hacer sin armas, con un movimiento civil y pacífico, y sin descuidar ni dejar de apoyar a nuestras comunidades”.

CARACOLES Y JUNTAS DEL BUEN GOBIERNO

El zapatismo tiene una presencia marcada en todo San Cristóbal. Numerosos lugares reproducen sus proclamas esenciales, las que transmiten los ideales del movimiento, o venden productos provenientes de los caracoles, como llaman a las comunidades que viven al resguardo de esta organización. En 2003, tras un largo período de maduración, el movimiento anunció la creación de los Caracoles y las Juntas del Buen Gobierno, instancias a través de las cuales se buscó mejorar las condiciones y la equidad de todos los municipios autónomos. A los caracoles se les asignó, entre otras tareas, ser como puertas para entrar a las comunidades y para que las comunidades salieran. Mientras que las Juntas del Buen Gobierno deben vigilar, entre otras muchas cosas, la realización de proyectos y tareas comunitarias en cada municipio; promover el apoyo a proyectos productivos; estar atentas al cumplimiento de las leyes zapatistas, e instalar campamentos de paz.
Distintos artículos y libros que leí durante aquellos días me hicieron ver que el EZLN, mediante esta última reestructuración, había hecho emerger una nueva cultura de cómo hacer política al margen de la intención de tomar el poder y de todos los partidos tradicionales. Según el ensayista Pablo González Casanova, en los caracoles se conjugan experiencias de la Comuna de París, las de las comunidades indígenas en su lucha de 500 años y las de las nuevas redes sociales. Otros analistas destacan que este movimiento es el único que logró consolidar una posición antisistémica, generando nuevos espacios para el quehacer político.

EL CORAZÓN DE LOS ZAPATISTAS ANTE EL MUNDO

Muy pronto, a medida que iba conociendo más historias sobre las conquistas de los campesinos e indígenas organizados, decidí que no me iría de Chiapas sin al menos intentar conocer uno de esos grupos, ver si era cierto lo plantean frases hermosas como “para todos, todo”, o “un mundo en el que quepan todos los mundos”.
Uno de los caracoles más cercanos a San Cristóbal es el de Oventic, llamado “Resistencia y rebeldía por la humanidad”, ubicado en plena montaña a poco más de 50 minutos de camino. Después de un ascenso furioso –el chofer de la combi parecía un piloto de rally frustrado–, llegamos a un portón bajo y ancho frente al que se levanta un cartel blanco anunciando que nos encontrábamos en la Junta de Buen Gobierno “Corazón céntrico de los zapatistas ante el mundo”. Sobre las rejas negras del portón aún flameaba, aunque muy desgastada, la pancarta que recibió los restos mortales del filósofo mexicano Luis Villoro, ferviente defensor de las luchas zapatistas, enterrado aquí años atrás.
Mariel y Luis, una parejita de jóvenes estudiantes del DF, y yo, los únicos visitantes que parecían haber llegado esa mañana, caminamos lentamente hacia el portón, cuando dos mujeres pequeñas, ataviadas con las coloridas vestimentas de la región y pañuelos que sólo dejaban visibles sus ojos y frentes, aparecieron de la nada y nos preguntaron qué hacíamos allí. Sorprendidos por la vehemencia de sus tonos, les dijimos que veníamos de visita, y tras mirarse brevemente caminaron hacia un grupo de personas reunido a unos ochenta metros.
La lentitud con que bajaron las mujeres –un ancho camino de cemento bajaba pronunciadamente desde la entrada–, fue la misma que emplearon los dos hombres que vinieron luego, esta vez vestidos con sencilla ropa de campo, camisas desgastadas, y sus cabezas cubiertas por pasamontañas negros, el símbolo más visible del zapatismo, ese que representa la igualdad de todos sus integrantes. Hablaron con la misma vehemencia, pero ahora con preguntas más concretas. Anotaron nuestros nombres, documentos, profesiones y razones de las visitas, y volvieron hacia el grupo.
Esta vez la espera fue más larga. A su regreso, los hombres nos dieron permiso para pasar y abrieron el portón. Nos dijeron que un “compañero” nos guiaría durante el recorrido, y a los pocos segundos un tercer encapuchado se nos unió. Quedamos a solas con él, y después de darnos la mano con formalidad, sin decirnos nada, procedió a bajar con lentitud, explicando lo que veíamos a nuestro alrededor.
Con similares dosis de soltura y parquedad, el muchacho nos mostraba las instalaciones que había en esa parte del caracol, y nos explicaba sus funciones. Un mural gigante del Che Guevara y Emiliano Zapata coloreaba las paredes del pequeño hospital, ubicado junto a la iglesia, que estaba a unos pocos metros de la sede de la Junta de Gobierno. Cuando pasamos frente a esa gran casa de madera, vimos más claramente al grupo de hombres y mujeres que descansaba a la sombra de una galería: eran los que habían decidido nuestro ingreso. Algunos de ellos usaban pasamontañas o pañuelos en sus rostros, pero no todos. Cuando Mariel estaba por tomarles una foto, nuestro acompañante le dijo que no se los podía retratar, aunque sí a las instalaciones. En ningún momento se acercó a la cámara ni levantó la voz.
La prohibición, tajante, se nos hizo saber con la misma calma con la que se nos informaba sobre los depósitos de maíz que había más abajo, sobre las distintas actividades que se realizan en grandes salones y en las aulas de la escuela –una de las tantas, uno de los tantos logros– que funciona en el lugar. Mientras paseábamos por una cancha de básquet rodeada de pequeñas gradas, vi de lejos a lo que parecía otro grupo de visitantes. Nuestro acompañante nos informó sobre una de las tantas maneras en que el zapatismo se las arregla para sostenerse, para sumar recursos: era un grupo de extranjeros que estaba estudiando español en Oventic, quienes pagan unos buenos dólares por aprender español y algunos rudimentos de dialectos aztecas.
“En las escuelas autónomas zapatistas se educa la infancia en el espíritu y concepción colectiva del Mundo”, gritaba un colorido mural, desde el muro de un aula de enseñanza primaria, hecho por un colectivo de artistas que visitó este centro en 2005.
A diferencia de la visita al Cideci-UniTierra, el paseo por el caracol de Oventic fue algo esquemático y lento, y con información escueta. Sin embargo, la magnificencia del lugar (un conjunto de construcciones de madera enclavado dentro de un valle en medio de las montañas) y las visibles señales que mostraban la actividad de sus instituciones, nos hizo palpar, aunque más no sea por un par de horas, el calor de la realidad zapatista.


HACIA LA DEMOELEUTHERÍA

En Oventic fuimos testigos de ese ejemplo de resistencia a los dictados del sistema capitalista que es el zapatismo, respiramos unas buenas bocanadas de “dignidad rebelde”, que se sostiene pese a las complicaciones inherentes a un proyecto de la magnitud de éste que se lleva a cabo en casi todos los estados del sur mexicano.
Las búsquedas del zapatismo me resultaron más claras gracias a uno de los libros que se pueden conseguir con facilidad en cualquiera de las librerías de San Cristóbal. Se titula En busca de la libertad de los de abajo: La demoeleuthería, y es un largo trabajo de Carlos Alonso Reynoso y Jorge Alonso Sánchez, publicado por primera vez este año por la Universidad de Guadalajara. El gran volumen explica en detalle casi todo lo relacionado al EZLN y sus luchas, englobadas en ese concepto nuevo, demoeleuthería, que los autores sintetizan como la búsqueda de la libertad de los de abajo, o lo que es lo mismo, un imaginario social de lo que podría ser otra democracia, una en cuyo eje estén insertas distintas prácticas de la autonomía, y donde los que mandan lo hagan obedeciendo al pueblo, no como ocurre en la gran mayoría de las democracias actuales, pauperizadas y sordas a los reclamos de quienes deberían ser sus principales protegidos.
En el caracol “Resistencia y rebeldía por la humanidad” pude entender un poco más por qué la experiencia zapatista, sin ser un modelo, se convirtió en una inspiración de muchos agrupamientos que están buscando otra forma de vida, respetuosa de la naturaleza y de la dignidad humana. Valga entonces la invitación para leer el mamotreto impreso por la Universidad de Guadalajara, y por qué no la visita a Oventic o a cualquiera de los caracoles que se desperdigan por el sur mexicano. No sería una visita cultural, o una lectura interesante. Sería comenzar a adentrarse en el más hondo ejemplo de organización popular contra el sistema económico y político actual, golpeado pero aún imperante.

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