Además
de ese aire mágico y atrapante que pretendí transmitir en el artículo anterior,
San Cristóbal de las Casas ostenta una larga historia ligada a la lucha por la
liberación de los pueblos, al sostenimiento de organizaciones alternativas que
funcionan más allá de los poderes y alcances del Estado. San Cristóbal es el
epicentro donde el temblor conocido como el neozapatismo, o zapatismo a secas,
dio sus primeros sacudones. En enero de 1994, el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN), una organización indígena y campesina que venía
creciendo en silencio desde mediados de los ochenta a lo largo de vastos
territorios del sur del país, hizo su aparición pública en este poblado de
Chiapas cuando le declaró la guerra al gobierno mexicano y al presidente de
entonces, Carlos Salinas de Gotari.
Después
de tomar por la fuerza el Palacio Municipal de San Cristóbal durante la noche
del 31 de diciembre, en las primeras horas de aquel año nuevo el EZLN exigió
“trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia,
libertad, democracia, justicia y paz” para todo México. La intentona inicial
derivó en una brutal represalia por parte de las fuerzas oficiales, y los
ataques a poblaciones chiapanecas de los días siguientes llevaron a que buena
parte de la sociedad mexicana exigiera una vía pacífica para las demandas
zapatistas.
LOS ACUERDOS DE SAN ANDRÉS
Dos
años más tarde, al inicio de 1996, los zapatistas emitieron la Cuarta
Declaración de la Selva Lacandona, en la que sentaron las bases de una
construcción política de nuevo tipo, no partidista, que no luchara por el poder
estatal, que fuera independiente, autónoma y pacífica. Aquella declaración
(como muchas otras que se pueden encontrar con facilidad en palabra.ezln.org.mx) moldeó el espíritu
de este movimiento libertario que se sostiene hasta nuestros días, luego de
atravesar más de dos décadas de profundas transformaciones y enfrentamientos
con todos los partidos tradicionales, con el ejército, con fuerzas
paramilitares creadas exclusivamente para su destrucción, y con cada uno de los
mandatarios que vinieron después de Salinas de Gotari.
Ninguno
de sus sucesores realizó un intento concreto para convalidar en plenitud los
llamados acuerdos de San Andrés, firmados entre el gobierno y los zapatistas en
los primeros meses del ’96, aunque luego desconocidos por las autoridades
nacionales. Entre sus puntos esenciales se encuentran la autonomía y la libre
determinación; la consideración de los pueblos indios como sujetos de derecho
político, tierras y territorios; uso y disfrute de los recursos naturales;
elección de autoridades municipales y derecho a asociación regional, entre
muchos puntos primero aceptados y pronto dejados de lado por los representantes
del Estado.
Más
cerca en el tiempo, en 2003 el subcomandante Marcos, fungido una vez más como
vocero del EZLN después de un período de silencio, emitió una serie de
comunicados y mensajes en los que, entre otros asuntos, aclaraba que el
zapatismo aplicaría unilateralmente los acuerdos de San Andrés en los
territorios de Chiapas y otros estados bajo su control, situación que se
mantiene desde entonces, sin reconocimiento estatal aunque con incontables
respaldos que llegaron y llegan de otras organizaciones campesinas, indígenas y
sociales de todo el planeta.
LA SEXTA
Los
años transcurridos desde su aparición pública hasta hoy hacen necesario un
pequeño resumen del derrotero zapatista, camino que se puede entrever en
algunas de las consignas vertidas por Marcos en la Sexta Declaración de la
Selva Lacandona, de junio de 2005, última de las pronunciaciones de este tipo,
que suelen ser las más relevantes debido a que cargan con todas las lecciones
aprendidas y el camino recorrido desde la declaración anterior.
Sobre
el final de ese mensaje conocido como “La Sexta”, el ejército zapatista
“mantiene su compromiso de cese al fuego ofensivo y no hará ataque alguno contra
fuerzas gubernamentales ni movimientos militares ofensivos. Mantiene su
compromiso de insistir en la vía de la lucha política con esta iniciativa
pacífica que ahora hacemos. Por lo tanto, el EZLN seguirá en su pensamiento de
no hacer ningún tipo de relación secreta con organizaciones político-militares
nacionales o de otros países”. Además, el movimiento refrendó “su compromiso de
defender, apoyar y obedecer a las comunidades indígenas zapatistas que lo
forman y son su mando supremo, y, sin interferir en sus procesos democráticos
internos y en la medida de sus posibilidades, contribuir al fortalecimiento de
su autonomía, buen gobierno y mejora de sus condiciones de vida. O sea que lo
que vamos a hacer en México y el mundo, lo vamos a hacer sin armas, con un
movimiento civil y pacífico, y sin descuidar ni dejar de apoyar a nuestras
comunidades”.
CARACOLES Y JUNTAS DEL BUEN GOBIERNO
El
zapatismo tiene una presencia marcada en todo San Cristóbal. Numerosos lugares
reproducen sus proclamas esenciales, las que transmiten los ideales del
movimiento, o venden productos provenientes de los caracoles, como llaman a las
comunidades que viven al resguardo de esta organización. En 2003, tras un largo
período de maduración, el movimiento anunció la creación de los Caracoles y las
Juntas del Buen Gobierno, instancias a través de las cuales se buscó mejorar
las condiciones y la equidad de todos los municipios autónomos. A los caracoles
se les asignó, entre otras tareas, ser como puertas para entrar a las
comunidades y para que las comunidades salieran. Mientras que las Juntas del
Buen Gobierno deben vigilar, entre otras muchas cosas, la realización de
proyectos y tareas comunitarias en cada municipio; promover el apoyo a
proyectos productivos; estar atentas al cumplimiento de las leyes zapatistas, e
instalar campamentos de paz.
Distintos
artículos y libros que leí durante aquellos días me hicieron ver que el EZLN,
mediante esta última reestructuración, había hecho emerger una nueva cultura de
cómo hacer política al margen de la intención de tomar el poder y de todos los
partidos tradicionales. Según el ensayista Pablo González Casanova, en los
caracoles se conjugan experiencias de la Comuna de París, las de las
comunidades indígenas en su lucha de 500 años y las de las nuevas redes
sociales. Otros analistas destacan que este movimiento es el único que logró
consolidar una posición antisistémica, generando nuevos espacios para el
quehacer político.
EL CORAZÓN DE LOS ZAPATISTAS ANTE EL
MUNDO
Muy
pronto, a medida que iba conociendo más historias sobre las conquistas de los
campesinos e indígenas organizados, decidí que no me iría de Chiapas sin al
menos intentar conocer uno de esos grupos, ver si era cierto lo plantean frases
hermosas como “para todos, todo”, o “un mundo en el que quepan todos los
mundos”.
Uno
de los caracoles más cercanos a San Cristóbal es el de Oventic, llamado
“Resistencia y rebeldía por la humanidad”, ubicado en plena montaña a poco más
de 50 minutos de camino. Después de un ascenso furioso –el chofer de la combi
parecía un piloto de rally frustrado–, llegamos a un portón bajo y ancho frente
al que se levanta un cartel blanco anunciando que nos encontrábamos en la Junta
de Buen Gobierno “Corazón céntrico de los zapatistas ante el mundo”. Sobre las
rejas negras del portón aún flameaba, aunque muy desgastada, la pancarta que
recibió los restos mortales del filósofo mexicano Luis Villoro, ferviente
defensor de las luchas zapatistas, enterrado aquí años atrás.
Mariel
y Luis, una parejita de jóvenes estudiantes del DF, y yo, los únicos visitantes
que parecían haber llegado esa mañana, caminamos lentamente hacia el portón,
cuando dos mujeres pequeñas, ataviadas con las coloridas vestimentas de la
región y pañuelos que sólo dejaban visibles sus ojos y frentes, aparecieron de
la nada y nos preguntaron qué hacíamos allí. Sorprendidos por la vehemencia de
sus tonos, les dijimos que veníamos de visita, y tras mirarse brevemente
caminaron hacia un grupo de personas reunido a unos ochenta metros.
La
lentitud con que bajaron las mujeres –un ancho camino de cemento bajaba
pronunciadamente desde la entrada–, fue la misma que emplearon los dos hombres
que vinieron luego, esta vez vestidos con sencilla ropa de campo, camisas
desgastadas, y sus cabezas cubiertas por pasamontañas negros, el símbolo más
visible del zapatismo, ese que representa la igualdad de todos sus integrantes.
Hablaron con la misma vehemencia, pero ahora con preguntas más concretas.
Anotaron nuestros nombres, documentos, profesiones y razones de las visitas, y
volvieron hacia el grupo.
Esta
vez la espera fue más larga. A su regreso, los hombres nos dieron permiso para
pasar y abrieron el portón. Nos dijeron que un “compañero” nos guiaría durante
el recorrido, y a los pocos segundos un tercer encapuchado se nos unió.
Quedamos a solas con él, y después de darnos la mano con formalidad, sin
decirnos nada, procedió a bajar con lentitud, explicando lo que veíamos a
nuestro alrededor.
Con
similares dosis de soltura y parquedad, el muchacho nos mostraba las instalaciones
que había en esa parte del caracol, y nos explicaba sus funciones. Un mural
gigante del Che Guevara y Emiliano Zapata coloreaba las paredes del pequeño
hospital, ubicado junto a la iglesia, que estaba a unos pocos metros de la sede
de la Junta de Gobierno. Cuando pasamos frente a esa gran casa de madera, vimos
más claramente al grupo de hombres y mujeres que descansaba a la sombra de una
galería: eran los que habían decidido nuestro ingreso. Algunos de ellos usaban
pasamontañas o pañuelos en sus rostros, pero no todos. Cuando Mariel estaba por
tomarles una foto, nuestro acompañante le dijo que no se los podía retratar,
aunque sí a las instalaciones. En ningún momento se acercó a la cámara ni
levantó la voz.
La
prohibición, tajante, se nos hizo saber con la misma calma con la que se nos
informaba sobre los depósitos de maíz que había más abajo, sobre las distintas
actividades que se realizan en grandes salones y en las aulas de la escuela
–una de las tantas, uno de los tantos logros– que funciona en el lugar.
Mientras paseábamos por una cancha de básquet rodeada de pequeñas gradas, vi de
lejos a lo que parecía otro grupo de visitantes. Nuestro acompañante nos
informó sobre una de las tantas maneras en que el zapatismo se las arregla para
sostenerse, para sumar recursos: era un grupo de extranjeros que estaba
estudiando español en Oventic, quienes pagan unos buenos dólares por aprender
español y algunos rudimentos de dialectos aztecas.
“En
las escuelas autónomas zapatistas se educa la infancia en el espíritu y
concepción colectiva del Mundo”, gritaba un colorido mural, desde el muro de un
aula de enseñanza primaria, hecho por un colectivo de artistas que visitó este
centro en 2005.
A
diferencia de la visita al Cideci-UniTierra, el paseo por el caracol de Oventic
fue algo esquemático y lento, y con información escueta. Sin embargo, la
magnificencia del lugar (un conjunto de construcciones de madera enclavado
dentro de un valle en medio de las montañas) y las visibles señales que
mostraban la actividad de sus instituciones, nos hizo palpar, aunque más no sea
por un par de horas, el calor de la realidad zapatista.
HACIA LA DEMOELEUTHERÍA
En
Oventic fuimos testigos de ese ejemplo de resistencia a los dictados del
sistema capitalista que es el zapatismo, respiramos unas buenas bocanadas de
“dignidad rebelde”, que se sostiene pese a las complicaciones inherentes a un
proyecto de la magnitud de éste que se lleva a cabo en casi todos los estados
del sur mexicano.
Las
búsquedas del zapatismo me resultaron más claras gracias a uno de los libros
que se pueden conseguir con facilidad en cualquiera de las librerías de San
Cristóbal. Se titula En busca de la
libertad de los de abajo: La demoeleuthería, y es un largo trabajo de
Carlos Alonso Reynoso y Jorge Alonso Sánchez, publicado por primera vez este
año por la Universidad de Guadalajara. El gran volumen explica en detalle casi
todo lo relacionado al EZLN y sus luchas, englobadas en ese concepto nuevo,
demoeleuthería, que los autores sintetizan como la búsqueda de la libertad de
los de abajo, o lo que es lo mismo, un imaginario social de lo que podría ser
otra democracia, una en cuyo eje estén insertas distintas prácticas de la
autonomía, y donde los que mandan lo hagan obedeciendo al pueblo, no como
ocurre en la gran mayoría de las democracias actuales, pauperizadas y sordas a
los reclamos de quienes deberían ser sus principales protegidos.
En
el caracol “Resistencia y rebeldía por la humanidad” pude entender un poco más
por qué la experiencia zapatista, sin ser un modelo, se convirtió en una
inspiración de muchos agrupamientos que están buscando otra forma de vida,
respetuosa de la naturaleza y de la dignidad humana. Valga entonces la
invitación para leer el mamotreto impreso por la Universidad de Guadalajara, y
por qué no la visita a Oventic o a cualquiera de los caracoles que se
desperdigan por el sur mexicano. No sería una visita cultural, o una lectura
interesante. Sería comenzar a adentrarse en el más hondo ejemplo de
organización popular contra el sistema económico y político actual, golpeado
pero aún imperante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario