28 de diciembre de 2014

Días de cine

Si estás dispuesto a ver, los viajes te enseñan muchas cosas, te muestran lo que podrías haber hecho mejor, lo que podrías cambiar y lo que podrías aprovechar de determinada situación cuando es irreversible. Me explico… A poco de llegar a la Habana caí en la cuenta de dos cosas: 1. El alquiler de mi habitación era carísimo, más del triple de lo que se podía conseguir caminando unas cuantas horas, y 2. Reservar diez días (y pagarlos) en ese lugar no sólo me limitó monetariamente, sino que me ató a la ciudad impidiéndome hacer salidas al interior de la isla, casi todas a más de cinco o seis horas, lo que me obligaba a hacer nuevos gastos para dormir que no estaba en condiciones de hacer (1).
¿Cómo hacer para que esa errata no se sintiera tanto y disfrutar de la Habana sin lamentaciones por no ir a Varadero, Viñales o Trinidad? Disfrutando lo que la ciudad tiene para mostrar. Aunque, en este caso, el verbo sería proyectar. El 4 de diciembre, cuando llevaba cinco días habaneros y veía disminuidas mis posibilidades de conocer nuevos lugares interesantes, comenzó el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que por diez días plagó las carteleras de todos los cines de la capital.
Cuba 3
El menú inevitable entre película y película: una o dos pizzas, y a las siguiente función. Me acompañan Alejandro Calero y Danny Arévalo, hoy desconocidos amantes del cine. Confío en que pronto serán grandes realizadores.
Casi todas las salas –construcciones viejas, grandes, ninguna con menos de 200 asientos y una, la del cine Yara, con más de 500 localidades– se ubican en un rango de veinte cuadras y todas, sin excepción, exponían películas desde las 10 de la mañana hasta las 0:30 del día siguiente. Cuando me enteré de esa novedad (un cartel gigante la anunciaba frente al cine Riviera, uno de los que más visité en esos días), no podía creerlo. Como uno de los tantos cinéfilos que Córdoba engendró, me había ido de Argentina con la penosa noticia, en tierras doctas, de que el Cine Teatro Córdoba (una joya de las salas independientes) cerraba para dejar lugar a un proyecto nuevo, aún con destino incierto en materia de cartelera. Y toparme con “tremenda panzada audiovisual” –como dijo uno de los organizadores del festival– fue un regalo demasiado bueno para mis expectativas.
Desde que supe del festival, mis días fueron una seguidilla de película tras película, con altos y bajos, con un par de bodrios insufribles –uno de ellos argentino, lamento reconocer– y con algunas piezas sublimes. Pero una vez más, lo que hizo verdaderamente disfrutable a todo aquello fueron las personas que me crucé, y con las que comencé a hacer una suerte de maratón cinéfila que incluía largas críticas a cada pieza que veíamos. Todos ellos son estudiantes de distintas carreras relacionadas al cine o las artes plásticas, y las charlas que salían de ese pequeño grupo le daban al festival un sentido más rico y sabroso (2).
Ese mago llamado Roberto Bolaño
Además de pasárnosla caminando de un cine para otro, en algunos casos corriendo por lo apretado del programa, por la noche compartíamos las fiestas que daban los organizadores en Río Esperanza, un bar escondido en medio del barrio del Vedado. Tanto tiempo compartido me llevó a estrechar relaciones con varios de las chicas y chicos con los que disfrutábamos del festival y a conocer muchas de sus inquietudes y proyectos. A través de ellos también supe de un fenómeno digno de un cuento, o de un corto cinematográfico. Cuando hablábamos sobre literatura muchos de ellos pronto llevaban sus elogios y preguntas a Roberto Bolaño, escritor chileno reconocido por su gran literatura y por su espíritu viajero, que lo llevó por distintas partes de nuestro continente y de Europa, donde terminó su vida hace poco más de una década (3). Y la recurrencia de los comentarios sobre su manera de escribir, y específicamente a una de sus grandes novelas, Los detectives salvajes, me llevó a preguntarles por la razón de tanto fanatismo. “Todos la estamos leyendo”, me contó Calero.  Pensé que se trataba de algo así como un club en el que cada uno tenía su libro y se juntaban a disfrutarlo de cuando en cuando, pero fue el mismo Calero el que me explicó que esa lectura colectiva no era a través de varias ediciones, sino a la rotación de una sola que pasaba de mano en mano a medida que la iban terminando. Uno de los chicos, incluso, me contó lamentado que tuvo que pasar su turno porque no tenía tiempo de leer cuando el libro estaba con él, y ahora no veía las horas de poder ver a Los detectives en sus manos otra vez.
Al saber de este hecho mágico, de ese pedazo de literatura que se desarrolla en Cuba en este mismo instante, no pude evitar pensar desde el bibliófilo que tengo adentro y prometerles el envío de una edición nueva de ese libro apenas pueda conseguirlo aquí en Cancún. Espero concretar esa promesa cuanto antes y seguir multiplicando la horda de bolañianos sedientos de gran literatura.
1. Cuba es un país comunista, eso lo saben todos. Pero lo que pocos intuyen es que uno de los puntos en los que esa herencia rusa se manifiesta es en la rigidez de su policía y su ejército. No se puede dormir en las terminales, no se puede dormir en las calles, así que en este punto del viaje decidí ser precavido y mantener mi bolsa de dormir guardada para otros momentos… y debo aceptarlo, el miedo del comienzo del viaje también jugó sus cartas.
2. Recomiendo las películas que más me gustaron: Las cubanas “Conducta” y “Fátima” son lo mejor que vi de las locales. Y “El gran cuaderno”, de Hungría, fue lo más disfrutable del festival. No fui a verla en estos cines, pero supe que “Relatos salvajes” fue aplaudida de pie y a sala llena en todas las salas donde se proyectó.
3. Esto de las notas aparte puede ser molesto, pero necesito agregar esta, porque Bolaño es uno de mis escritores favoritos (el podio varía todo el tiempo pero lo tiene siempre adentro). A fines de 2008 entré en una loca carrera de lectura de sus libros, que me llevó a un fanatismo que se mantiene hasta hoy, aunque más solapado que cuando era un “proselitista bolañiano” que cansaba a todo el que se cruzara conmigo hablándole sobre sus textos. Reencontrarme de esta manera con su obra, con los hechos que genera su obra, fue poco menos que mágico para mí. Esta es una historia de las tuyas, Roberto, espero que la disfrutes donde quiera que estés.
La nota completa, también en Catamarca Actual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario