Puede ocurrir que presencies el ataque de unas gigantescas larvas azules, salidas de una máquina de clonación que quiso repetir al mexicano Carlos Fuentes para conquistar el mundo; o puede que te sorprenda una reflexión metafísica a partir de las películas de ciencia ficción de un inexistente director belga. Eso puede pasarte, pero también mucho más, si te asomás a El congreso de literatura o Festival, dos interesantes novelas cortas del hiperactivo César Aira.
Escurridizo como pocos –quizás sólo comparable con Enrique Medina entre los escritores argentinos vivos–, este nacido en Coronel Pringles casi no aparece en público, concede poquísimas –y escuetas– entrevistas, asiste a no más de una o dos presentaciones al año y no figura en ningún panel de analistas de feria o medios periodísticos. Pero esta evasión, este poco interés por estar presente en eventos sociales, se entiende por una actitud diametralmente opuesta en lo que a apariciones literarias se refiere. Porque, claro, Aira no figura por ninguna parte, pero ¿qué hace, entonces? Escribe, con ritmo frenético, lo que lo lleva a publicar no menos de dos novelas por año, una cifra que sorprende a cualquiera, y alegra a un gran número de lectores.
Prolífero y bonachón, la exuberancia de Aira también nutre al creciente mundo de las editoriales independientes, lo que no lo priva de publicar con las grandes casas. Mondadori, por caso, está reeditando parte de su obra inicial –El congreso es un ejemplo– y busca posicionarlo no sólo en Europa sino también en el difícil mercado estadounidense. En Córdoba, incluso, se espera una nueva obra con la firma airana en el sello La Sofía Cartonera, el proyecto de extensión nacido en la Escuela de Letras de la UNC que busca colaborar con organizaciones no gubernamentales a la vez que otorga más accesibilidad a la lectura, ya que cada uno de sus ejemplares cuesta la bagatela de diez pesos.
Con más de 60 títulos publicados, se hace difícil elegir el mejor, pero sin dudas El congreso estaría en un eventualtop ten de este intrigante artista que dice escribir de manera prácticamente automática todo lo que leemos de él. En esta novela, que vio la luz por primera vez en 1997, Aira usa uno de los recursos que más caracterizan su escritura: vuelve a jugar con su vida dentro de la trama, en este caso mediante la fluctuación entre el relato pretendidamente autobiográfico, en tono de crónica, y la fábula. Desde una primera persona sencillísima, el escritor y traductor César Aira –protagonista de la novela– cuenta las peripecias que surgen a partir de la invitación a un congreso de literatura en Venezuela. Antes de llegar a tierras venezolanas, resolverá un enigma milenario, y una vez en el sitio del congreso producirá una catástrofe que hará peligrar a toda la ciudad y, quizás, al planeta entero. Tenemos aquí la preeminencia del Aira juguetón, el buscador del absurdo y la sorpresa, el creador hilarante, juvenil.
Pareciera ser otro el que forja Festival. Aquí parece vestirse de crítico, de analista reflexivo, y desde ahí armar el argumento que llevará a Steryx, un director de culto, por los pasillos del festival de cine que lo tiene como homenajeado. El festival pretende girar alrededor del director, pero será su anciana madre la que acaparará todas las atenciones, con su lentitud de movimientos y malhumor constante y creciente. Todo será entorpecido, todo acotado a los tiempos de la vieja, que no tiene reparos en putear a diestra y siniestra, incluso en medio de las películas que el hijo debe valorar, en su calidad de jurado estrella. Si bien hay una incomodidad que se sostiene a lo largo de toda la lectura –por la madre de Steryx y su molesta presencia–, Festival se destaca por los desbordes imaginativos de Aira, que en medio de la trama suelta tres o cuatro ideas para películas o novelas sencillamente descomunales. Brilla también, aunque más esporádicamente, la visión que el autor tiene sobre el cine, sobre su empobrecimiento y, con él, el de la cultura toda. Es excelente, por ejemplo, el momento en que una horda de fanáticos de la consola PlayStation acapara una sala entera del festival sólo para ver la primera película de Steryx, cuyo argumento fue traducido a los videojuegos.
Si bien las dos novelas hacen pensar en un abordaje de instancias culturales significativas como los congresos literarios o los festivales cinéfilos, ambos títulos son más bien excusas, puntos de partida desde los cuales Aira monta sus acrobacias con el lenguaje, y se ubican como segundo plano, como telón de fondo, sólo para dar un buen contexto a la desmesura de su estilo.
Pese a la admiración que traducen estas palabras, hay algo en la escritura de Aira que no llega a convencer a muchos de los que seguimos su producción. Porque sí, las historias son siempre disparatadas, diferentes e interesantes; las tramas y los argumentos son distantes, variados, y todo dentro de una escritura prolija, pulcra. Pero si hay algo que Aira no se permite es ser chabacano, pueril, desagradable. A lo sumo lo son sus personajes, pero muy pocos, y aún en esos casos hay una falta de riesgo que desalienta. Puede explotar el universo, pero nunca habrá un pedo, una eyaculación en la cara, un degüello, una coma mal puesta adrede. Y sí, se me dirá, ese es su estilo, pero bien podría regalar, aunque más no sea, una novelita sucia, guarra, desatenta. Un pequeño tropezón, como para variar un poco más.
Pero eso no ocurrió hasta ahora, y no pasa acá, porque en El congreso y en Festival, Aira se trasluce como lo que es, un buen Aira, o lo que es lo mismo, uno de los cinco o seis escritores vivos que están sentados, muy orondos, en la ventosa cumbre de la literatura latinoamericana.
(Publicado en la columna Pase y lea, del diario Hoy Día Córdoba)