Difícil encontrar época más fértil para la lectura que ésta. Con el calor de las primeras semanas del año llega el tiempo vacacional, de relax, de hacer nada, o cuando menos de fin de semana en el río. En esas horas laxas, sin muchas ocupaciones, los que siempre relegan el goce de un libro para “cuando tenga más tiempo” pueden asomarse a ver qué misterios encierra ese cúmulo de papel envuelto en dos tapas coloridas, mientras que los otros, los que no pueden dejar de leer durante todo el año, suelen tener amontonados tres, cuatro o más volúmenes para finiquitar antes de que febrero llegue a su fin. Para unos y para otros, hay un género que resulta siempre tentador: la novela negra. El misterio de una muerte sin resolver no deja opciones: hay que leer.
Muy bien, pero un misterio no se construye tan fácil. Se necesitan ciertos ingredientes. Una bailarina brasileña muerta a las afueras de un cabaret del norte de México, por ejemplo. Que para peor el cadáver aparece sin uno de los pezones, mutilado torpemente. Y encima entre los sospechosos del crimen se encuentra un político de peso, candidato a gobernador. Si a eso se agrega que el detective encargado del caso se espanta al ver el cuerpo ultrajado porque se trata de la mujer que conoció meses atrás en otro lugar, tenemos algo por qué interesarnos.
Y eso es sólo el comienzo, porque La prueba del ácido, la segunda novela protagonizada por el detective Edgar “el Zurdo” Mendieta, es un entramado complejísimo en el que se relacionarán varios crímenes –sobre todo asesinatos– con el mundo narco, la policía mexicana, el FBI y la política; todo a partir de las pasiones que despierta Mayra Cabral de Melo, esa “teibolera” de ensueño que conquistó, con su exótica cara, su cuerpo y su baile, a los hombres más poderosos del país y de su atroz vecino del norte.
El libro está firmado por Élmer Mendoza, un escritor de esos que podríamos llamar experto, no sólo porque conoce el oficio a través de una larga trayectoria –lleva escritos varios volúmenes de cuentos, crónicas, novelas, e incluso la antecesora de ésta: Balas de plata, donde cobró vida Mendieta–, sino por su status de académico, ya que se desempeña como catedrático de literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa, lo que explica el conocimiento del quehacer literario y del género policial que se despliega en estas páginas. Desde una sapiencia y con una sensibilidad que pocos ostentan, Mendoza forjó una gran obra, que encuentra en La prueba del ácidouna buena muestra de lo que su arte persigue y es capaz de hacer.
Resurge entonces el Zurdo, uno de esos tipos entrañables que tanto le hubiera gustado a Roberto Bolaño: fracasado y deprimido, pero querible; enamorado y sensible, con buen gusto musical pero con un desaliño de 24 horas; dulce y buen compañero pero odioso con los malos de turno; amigo de algunos narcos y enemigo del FBI; un tipo que reniega de Mick Jagger, porque quisiera tener su vida, pero que se activa como un lince lleno de vida cuando un caso complicado roza su despacho. Un tipo justo, pero que construye la justicia siempre al límite de la ley, y dando varios pasos fuera de ella si hace falta. Un esperanzado que sabe que los males no terminarán nunca, menos en el convulsionado norte mexicano, y aún así sale a combatirlos. Para qué seguir: un héroe de nuestros días, el Zurdo.
Un protagonista creado por una pluma que sabe cómo contagiar, cómo generar una fluidez acorde con la incontable sucesión de hechos que van ensombreciendo la historia. Porque a la par de un argumento atrapante, Mendoza creó una trama limpia, liviana, ágil, de una rapidez sorprendente, pero que por eso mismo exige una atención suprema del lector. Uno de los recursos más marcados es la ausencia de los signos clásicos que delimitan los diálogos, sólo señalados por un punto y seguido, y con descripciones o comentarios del narrador insertos entre medio. Esto es un obstáculo en las primeras páginas, pero una vez que entramos en el ritmo que pretende el autor la lectura se transforma en un paseo por un río calmo, del que no queremos salir.
Más allá de cómo está forjado, éste es uno de esos libros tiene la capacidad de meterte instantáneamente dentro de la historia. Media página y ya estamos en el despacho de Mendieta, o en el auto junto a Gris Toledo, su colaboradora más cercana, o asistiendo a un interrogatorio, o en el living de una mansión construida sobre toneladas de cocaína. Y, como se dijo, no queremos, nunca, salir de ahí.
Mendoza construyó un policial redondo, cercano a la perfección, con uno de esos personajes que están destinados a formar parte de la memoria colectiva una vez que los años –y las lecturas– hagan su trabajo. Quizás entonces podamos comenzar a compararlo con Sir Arthur y su creación más grande. Aunque el Zurdo, desde el vamos, es más cercano, ya vive entre nosotros, en esta latinoamérica violenta y dolorida, como su corazón.
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