14 de agosto de 2013

El acierto angoleño

Miles de páginas fueron escritas para explicar el poder. Para analizarlo, para advertirnos que se encuentra en todos lados, en cualquier tiempo y lugar en donde una entidad, sin importar sus particularidades, se imponga a otra de la manera que sea. El poder es uno de los grandes ejes de la filosofía, y el objeto más preciado de la política; el que hace que todos los esfuerzos cobren valor. Y en la literatura, que adora mezclarse con esas doncellas del pensamiento y la acción, fue abordado con diferentes intensidades desde tiempos tan remotos que llegan a sus propios orígenes.
Si bien El Silbador no tiene al poder como tema primordial, esta novela expone cómo hasta los actos más sencillos pueden tener una capacidad de influencia comparable con la retórica de un líder de masas.
El silbador
Una lluviosa mañana de domingo, un hombre llegó a la aldea donde transcurre el relato, y luego de contemplar largamente la iglesia, entró en ella con pasos silenciosos. En la semipenumbra de la nave principal, y mientras avanzaba, soltó “un silbido tímido, fino, pero que hacía eco en la pequeña iglesia”. Al notar que nadie lo reprendía, el hombre mantuvo el gesto con variantes armónicas y de volumen, mientras afuera, en los vitrales y las ventanas, se amontonaba un creciente grupo de aves, atraídas por el misterioso sonido. Pero además de las golondrinas y palomas, esa música inusual y penetrante había sido escuchada por el cura, quien luego de mostrarse ante el forastero, y al ver que éste silenciaba su llegada, lo invitó a seguir.
Esa escena puede tomarse como una muestra condensada del tono que marcará este libro de Ondjaki, escritor nacido en Luanda, Angola, en 1977, quien trabaja desde una sencillez desapegada de las estridencias, aunque con una prosa que sorprende por su claridad y precisión.
Después de ese primer encuentro, el misterioso visitante recibirá el permiso del cura para instalarse en una de las habitaciones de la iglesia, a cambio de algunas tareas de limpieza y –razón principal– de entregar cada tanto los sonidos que emanan de sus labios. Con esa presencia como telón de fondo, el narrador irá mostrando los distintos personajes de la aldea, un caserío que bien podría ser un pueblito norteño o alguno de los cientos esparcidos en la región andina, pese a que la descripción de los animales y las plantas nos ubican inconfundiblemente en el sur africano. Así, con un realismo rozado por destellos fantásticos, Ondjaki va mostrando las relaciones que se tejen en esos lugares que no fueron invadidos por la velocidad actual. La sensación, por momentos, es que estamos en un pasado distante, quizás en el siglo XIX o principios del XX, pero la propia lengua de Ondjaki, su estilo, tienen una vitalidad que hacen pensar en una realidad de nuestros días, aunque alejada geográfica y espiritualmente de la cotidianidad de gran parte del mundo.
Encontraremos al sepulturero KoTimbalo, a la bella y esquiva Dissoxi, a KeMunuMunu, otro viajero que llegará a la aldea. Ellos y muchos otros, en sus interrelaciones, expondrán el ritmo apaciguado con el que transcurren sus vidas, aunque pronto serán influenciadas por el soplo vivificador de ese hombre que, desde un rincón oscuro de la capilla, llega a todos los seres que pueblan ese rinconcito africano. Al principio habrá reuniones frente al recinto, pequeñas aglomeraciones que se formarán de un modo imprevisto y natural, ya que nadie permanece indiferente ante el silbido. Pero esos primeros efectos serán mínimos comparados con la efervescencia sensual que habrá el domingo de misa, después de que todos perciban la magia en el interior de esa vieja construcción bendecida por un sonido que, nadie lo duda, es milagroso.
En una de sus últimas entrevistas, el creador angoleño expresó que “acertar es tener un día la sensación de que se contó una ‘historia correcta’. El ritmo, el equilibrio de las fuerzas, el esfuerzo, el estilo, la congruencia, el talento y la sencillez”. Aún cuando el análisis sobre la pluma de Ondjaki sólo surge de esta novela, la única conseguible por estas tierras, no es excesivo asegurar que estamos ante un simple y bellísimo acierto. Logro reconocible, además, para Letranómada, sello que desde nuestra provincia apuesta no sólo por la buena literatura, sino por la búsqueda y traducción de voces poco escuchadas en la región, y que nutren y renuevan el escenario editorial argentino.
(Publicado en el suplemento cultural del diario Hoy Día Córdoba)

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