17 de febrero de 2015

Cancún, un pequeño paraíso

Apenas entro al aeropuerto, Cancún me hace sentir que estoy en una ciudad millonaria y dedicada al turismo de primer nivel. Las nacionalidades de quienes esperamos en la fila para hacer los trámites migratorios son incontables. Arriesgo que hay asiáticos de más de cinco países distintos. Por lo menos dos japoneses y un tailandés, con quienes viajamos desde La Habana. Mucha cara de árabe, mucha lengua rara. También muchísimos brasileños y españoles, creo que los dos que más alto hablan en este bochinche. Uno de los japoneses junto a los que caminé después de bajar del avión estaba viajando alrededor del mundo. Se le notaba por la manera en la que iba vestido, por el andar, por el color que tenían sus brazos y su cara. Me le acerqué para corroborar si mis presunciones eran ciertas.
–¿Viajando hace mucho, amigo?
–Hola –y sonríe–. Año medio. Ahora México Belice.
–Eso suena muy interesante. ¿De dónde es usted?
–Japón, Japón. Sí mucho llamativo, mucho naturaleza en México Belice.
Su cara era pura amabilidad, pero también mostraba un gran cansancio. Me alejé regalándole una última sonrisa y deseándole suerte. No volví a verlo desde entonces. Quería recordar ese pequeño diálogo porque fue muy importante observar el semblante de ese viajero trajinado y tranquilo. Su serenidad es alentadora.
Llegué aquí a fines de diciembre, y durante los primeros días tuve la gratísima posibilidad de hospedarme en el departamento de Anahí Maldonado, una contadora catamarqueña que vive hace siete años en este bello rincón mexicano y que me recibió con los brazos abiertos. A ella debo no sólo la estadía en su casa, sino también los primeros consejos sobre esta ciudad, además de muchos comentarios tranquilizadores antes incluso de que comenzara el viaje.
No podía, sin embargo, quedarme durante tanto tiempo en lo de Anahí, así que comencé por buscar un trabajo con el cual incrementar mis alicaídas arcas monetarias. Muy pronto, durante una tarde en un hostel donde charlábamos y tomábamos tequila con tres chicos de San Diego y una chica de Jalisco, surgió una posibilidad: Carla –la chica de Jalisco– trabajaba en Señor Frog´s, una cadena internacional de bares, y podía conseguirme una entrevista ahí.
Me presenté al otro día con una barba de más de una semana, sin saber que iba a desaparecer en las próximas horas. Me recibió Alex, el gerente de la franquicia que la cadena tiene en Cancún, una de las más “fuertes” del país. Le bastó saber que manejaba el inglés para decirme que estaría a prueba por un tiempo. Debía presentarme al otro día con jeans y zapatillas blancas, y rasurado completamente. “¿Aunque sea día de por medio me podré afeitar?”, fue lo primero que pregunté cuando conocí las nuevas condiciones, pero quien sería mi nuevo jefe –un colombiano joven, comprensivo y muy inteligente– me aclaró los tantos con una imitación graciosa y a la vez estúpida que tienen en México de los argentinos: “rasurado a cero todos los días, boludo”. Eso fue antes de Navidad, y desde entonces vengo trabajando en Frog´s con el objetivo de juntar “baro”, como le llaman al dinero, y seguir mi recorrido por los incontables lugares imperdibles sobre los que me voy enterando con el lento andar de los días.
Además del gran contraste entre pasar más de un mes sin trabajar a jornadas de entre ocho y doce horas dentro de un bar en el que no se puede frenar casi en ningún momento, el cambio del ritmo y del entorno hicieron que a pocos días de encontrarme aquí me sintiera en un viaje nuevo, sin dudas una nueva etapa.
Una de las primeras fotos en Frog´s. Se acercaba la Navidad.
¿Cómo es Frog’s? Sin caer en las descripciones o imágenes que se pueden encontrar en Internet, me gustaría contar la manera en la que viven Frog’s quienes se encargan del servicio en el lugar, y cuáles son sus principales tareas. El eje de las actividades, además de una gran variedad de comidas y bebidas al estilo tex-mex (piensen en todo tipo de hamburguesas, tacos, burritos, enchiladas, y también platos con camarones y otros frutos de mar), es el entretenimiento. “Ven por la comida, quédate por la diversión”, dice uno de los slogans que se repiten en las diferentes pantallas que ostenta el gran local, ubicado en el centro mismo de la zona hotelera cancunense, nada menos que frente al renombrado Coco-Bongo y a una de las mayores filiales (actualmente en reparación) del Hard Rock Café. Muchas de las personas con las que hablé describieron a este sector de la ciudad como una imitación bastante bien lograda del espíritu de Las Vegas, meca del desenfreno ostentoso y controlado.
El eje es la diversión, entonces. Se vende buena comida y buena bebida, sí, pero sobre todo diversión. Y los encargados de concretar esa premisa son todos los integrantes del staff, con preeminencia de los meseros y sus ayudantes, los garroteros, entre quienes me encuentro. En Frog´s lo que importa es el desmadre. Hay que hacer desmadre, hay que molestar, hacer reír, asustar, poner incómodos y reconfortar a los invitados (como llamamos a los clientes); todo mientras se les toman los pedidos, se les sirve, se les mantienen limpias las mesas, se les recomiendan bebidas y postres, y se les cobra y se los despide. Los recursos son muy variados: hay una serie de coreografías que bailamos en un gran escenario; también hay carteles con frases como “Mr. Big” o “Mala copa” (mal machao’, diríamos en Catamarca) que ponemos detrás de las sillas, y pueden hacer llorar de la risa a cualquier gringo (norteamericano, canadiense) o paisano (mexicano) y dejarles media sonrisa grabada toda la noche.
En cuanto a las tareas más relacionadas con el servicio, como garrotero me encargo de la limpieza de las mesas de mi estación (tienen entre cuatro y seis mesas) y de ser la sombra del mesero, estar a su disposición para lo que sea. Las jornadas son largas, pero se pasan rápido por la intensidad con la que se está ahí adentro. Si bien ya estoy adaptado al lugar, no dejo de sentirme incómodo por ser un engranaje tan evidente de una industria de la alimentación y el entretenimiento con la cual estoy en desacuerdo, y en un establecimiento en el que el narcotráfico es una sombra que pulula por todos los rincones. Tomo este paso por Frog´s como un desafío y un aprendizaje importante relacionado con la humildad, el esfuerzo, la constancia y la capacidad de adaptación. Y mientras tanto sigo conociendo personas maravillosas y rincones inolvidables de este rincón que es un paraíso desvirtuado, pero que aún no deja de ser eso, un pequeño paraíso.
La nota completa, también en Catamarca Actual.

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