22 de febrero de 2012

Tan clara la oscuridad

Cuatro adolescentes católicos, de la clase media italiana, en la segunda mitad del siglo pasado. Un póker de amigos inexpertos que ven al mundo que los rodea con ojos sorprendidos, y en busca de más sorpresas. Luca, el Santo, Bobby y el narrador, atravesarán en Emaús el camino que, más tarde o más temprano, enfrenta a todos con la vida verdadera, esa que deja de estar teñida con el velo de los ideales. La frontera está demarcada claramente, ellos la conocen, ellos quieren enfrentarla: “Estamos llenos de palabras cuyo verdadero significado no nos han enseñado, y una de ellas es la palabra dolor. Otra es la palabra muerte. No sabemos a qué se refieren, pero las utilizamos, y esto es un misterio”, manifiesta en las primeras páginas la voz que llevará adelante el relato, última construcción del sabio turinés Alessandro Baricco.
Tapa de la edición italiana; a años luz de la portada de Anagrama.
Tejiendo un paralelo con la historia bíblica ocurrida en el pueblito de Emaús, en la que se cuenta cómo Cristo, en la tarde de su resurrección, se apareció a dos de sus discípulos y éstos no supieron reconocerlo hasta que fue demasiado tarde, los protagonistas recibirán una revelación similar, pero lejana a la cristiandad. Sus vidas marcadas por la pobreza, el orgullo por las ropas miserables, el sentimiento de culpa constante y la creencia en “el Dios de los Evangelios”, se toparán con Andre –se pronuncia afrancesadamente Ándre, nos indica el narrador–, una belleza con los mismos 16 años de ellos, pero con toda la soltura de esas personas que “no son morales, no son prudentes, no sienten vergüenza, y son así desde hace un montón de tiempo”.
Tan deslumbrante como sombría, esta muchachita que ya jugó con la muerte y que al principio se muestra lejana, sólo apreciable desde lejos, de a poco irá rozando sus vidas hasta tocarlas, hasta empaparse de esos cuerpos que no saben bien lo que significa esa palabra llamada sexo, o la aún más bella coito, y trastocará en un puñado de meses lo que años de sentencias y promesas eclesiales habían buscado moldear. Así, los sucesos en Emaús poco a poco van tomando el sentido de un mensaje crítico dirigido a la Iglesia Católica –y sus feligreses–, esa mole milenaria reacia a cambios y a ironías como esta que suelta el italiano: “(…) ignoramos qué es el escándalo, porque cualquier forma de posible desviación delatada por quien está a nuestro alrededor la aceptamos de manera instintiva como una integración únicamente inesperada dentro del protocolo de la normalidad. Así, por ejemplo, en la oscuridad de los cines parroquiales, notamos la mano del cura posándose en el interior de nuestros muslos sin sentir rabia, sino intentando deducir de forma apresurada que evidentemente así van las cosas: los curas posaban la mano allí –ni siquiera había que hablar del tema en casa. Teníamos doce, trece años. No apartábamos la mano del cura. Recibíamos la eucaristía de esa misma mano, el domingo siguiente.”
Tan clara la oscuridad… y resuelta, además, con esa prosa característica del autor de Los bárbaros: líneas sin excesos, sin desbordes innecesarios, pero con cierta melancolía poética que nos recuerda que, por más que la leamos en español –ese español siempre difícil de asimilar de las traducciones de Anagrama–, esta novela tiene simiente piamontesa. Y la ingenuidad, la candidez del narrador adolescente terminan de conformar una voz verosímil y dotada con el don del buen sabueso: atrapa rápido, y no suelta.
Gran forjador de historias de amor –con Seda como mascarón de proa dentro de su repertorio rosa–, Baricco consigue, una vez más, personajes que además de enamorar cautivan. Por su ternura: el Santo y sus aspiraciones al sacerdocio, su ayuda a “las larvas” (los viejos del hospital del pueblo), su compromiso con la tarea evangelizadora que lo lleva a extremos vergonzosos. Por su suerte: Luca y sus silencios, su compañía constante, su “si” para todo, y la oscura presencia de un padre desentrañable. Por su sinceridad: el descreimiento silencioso de Bobby, que será, con su alejamiento del grupo, el iniciador de todos los nudos que se presentarán después. Y por ser un guía atento: el narrador, que Baricco plantea, mediante diversos mecanismos, como una voz biográfica, pero que termina trocándose en una personalidad que va mucho más allá del recuerdo. Podría, en este moroso listado, hacer alguna mención más sobre Andre, pero esta imaginación la construyó como a esas mujeres de las que uno suele decir “tenés que conocerla, no te la puedo explicar”, y que puede dejarte con el sabor amargo de saber que no podrás encontrarla más que en estas páginas.
(Publicado en la columna Pase y lea, del diario Hoy Día Córdoba)

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