24 de marzo de 2012

Una oportunidad desaprovechada

Uhart, una de las escritoras presentes en la colección.
Cuando el año pasado soltaba sus últimos suspiros, el sello local Caballo Negro presentó una propuesta que se asomaba interesante: Los visitantes. Antología de crónicas de viaje, bien acorde con el verano que venía dando sus primeras bofetadas desde octubre. Como planeado para los que partían de vacaciones y también para los que no, el volumen parecía ser el compañero ideal en los itinerarios de unos y otros. Resulta interesante, para el viajero, ver cómo un puñado de colegas de vivencias recrea sus pasos por caminos extranjeros. Y puede ser reconfortante y plácido, para el que se no se va, viajar a través de las palabras de otros, de sus construcciones de mundos ajenos.
Hasta ahí el planteo de los ideales, de lo mejor que podría suceder con la experiencia lectora, pero lo cierto es que Los visitantes genera sensaciones encontradas, plantea objeciones. Quizás por no haber sido leído en ninguno de los contextos previstos en el párrafo anterior –bien entrado marzo de 2012 este volumen no puede considerarse ya un libro de vacaciones–, lo que urge antes que nada es una corrección no menor. Y es que, una vez recorridos los 14 textos que integran este volumen, lo primero que salta a la vista es que no estamos ante una antología propiamente dicha, entendida ésta como una selección que, desde cierto criterio que puede ser más o menos acertado, se encarga de definir qué vale la pena destacar de cierto género. Incluso una antología con un “criterio hedónico”, como fue la que Bioy, Borges y Ocampo realizaron sobre literatura fantástica, surgió cuando –cuenta el primero– “discutíamos los cuentos que nos parecían mejores”. Pero no es lo que sucede acá. Resulta más acertado, entonces, hablar de un conglomerado, de un conjunto de crónicas de viajes, que es lo que se realizó, antes que de una operación electiva de esta clase de escritos.
Con esta salvedad inicial planteada, y resistiendo la tentación de extender el debate sobre las antologías, siempre polémico y por eso mismo apasionante, vale destacar la presencia de varios autores interesantísimos, como la cuentista Hebe Uhart, el eximio cronista chileno Pedro Lemebel, y la escritora y periodista Sonia Budassi. Quizás aquí haya estado el empeño de la gente de Caballo Negro: en buscar autores de renombre, artistas en varios casos no ligados directamente con la escritura, pero que seguro tendrían algo para contar de sus experiencias viajeras. Y por eso el resultado es dispar.
Por eso, también, se nota cuando los textos fueron forjados con oficio, como ocurre con los producidos por los tres creadores nombrados, o en la escalofriante anécdota de Washington Cucurto, que como buen poeta y narrador sabe engañar y mantenernos en vilo. La crónica de Budassi, no obstante, es una de las que sobresale por su vocación de querer ir más allá del mero relato y busca aprovechar el viaje para tejer una historia –que bien podría ser ficción– que va más allá del discurso de aspiraciones periodísticas o descriptivas. Porque casi todos hicieron eso: quisieron ser correctos, amoldarse al estilo de la crónica como si fuera una estructura cerrada y no ese género tan libre que permitió, a comienzos del siglo pasado, que un colombiano de doble apellido –que después sería Premio Nobel– hiciera un relato en el que se mezclaba la historia del acordeón con la muerte en menos de 40 líneas.
Pero, vamos, nunca puede ser todo malo. Porque también hay que ser claro en algo: muchos de estos textos son interesantes, tienen anécdotas jugosas, recorridos por lugares exóticos, vivencias memorables. Está la cantante Sol Pereyra, por ejemplo, que reconstruye sus vaivenes entre Córdoba y México, y cómo los sabores de estas dos ciudades eran determinantes para ayudarla a sobrepasar las distancias y los regresos a una y otra punta de Latinoamérica. O el escritor Damián Ríos, quien arma una historia de amor filial hermosa, con Uruguay como escenario de pequeños accidentes que terminarán desembocando en un final conmovedor.
Con todo, una visión panorámica a Los visitantes podría conceder que es en un libro interesante, llamativo, pero por sobre todas las cosas hace pensar en una oportunidad desaprovechada, que deja una sensación agridulce. Una buena introducción –infaltable en toda antología que se precie de tal–, habría servido para explicitar mejor los objetivos perseguidos, y una pequeña semblanza biográfica de los autores –también ausente– quizás habría logrado nutrir un poco más a las plumas menos coloridas. Quedará para el próximo verano.

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