En tiempos en que los medios tradicionales buscan con ahínco actualizar sus formatos para entrelazarse con los veloces lenguajes de esa diosa difusa conocida como Internet, un nutrido grupo de periodistas sigue apostando por textos de largo aliento, por el trabajo concienzudo en la construcción de cada frase, de cada párrafo, por la dedicación de semanas o meses a la investigación y documentación alrededor de un solo tema, un solo problema. Cuando lo último se erige como el bien más preciado en tapas de revistas y diarios, ellos trabajan sin apuro, hurgando por rincones menos urgentes, pero casi siempre más necesarios. Una amplia selección de esos hacedores pacientes se encuentra en una de las sorpresas más gratas de la industria editorial de esta parte del continente: la Antología de crónica latinoamericana actual, editada por Alfaguara y forjada por el criterio –el gusto– del poeta, novelista y ensayista colombiano Darío Jaramillo Agudelo.
Pensar en un título como el de esta antología es pensar en una apuesta alta, una jugada difícil. Pero Agudelo la resuelve con prestancia y suficiencia. Desde el vamos, la lista de autores parece avasallante. Son casi 50 los cronistas incluidos, con la presencia de consagrados como Juan Villoro o Pedro Lemebel, pero también se encuentran nombres ignotos, figuritas desconocidas que deparan alegrías inesperadas. Y sí: muchos dirán que falta éste o aquélla –no logro digerir la ausencia del argentino Santiago O’Donnel, por ejemplo–, pero bien sabemos que las ausencias forman parte de las antologías como la muerte de la vida.
Para llegar a este hermoso mamotreto de más de 650 páginas, Agudelo se sirvió de la variopinta constelación de revistas y diarios culturales desperdigados a lo largo del continente, desde las desangradas tierras mexicanas hasta el sur andino, sin dejar de lado las paradas centroamericanas o el terreno brasileño, muchas veces relegado en esta clase de iniciativas. En este caso, además, se toma en serio aquello de “actual”, ya que reúne textos que fueron forjados entre 1999 y 2011, con lo que el conjunto podría funcionar como un extenso relato de la década que dejamos atrás hace tan poco.
¿Qué mensaje encierra este ecléctico libro? ¿Qué nos dice este compendio de voces? Por un lado, en un riquísimo ensayo introductorio, el editor se encarga –entre otras cosas– de hacer un relato detallado de la crónica, recordando a los primeros referentes y a los medios que los sustentaron. En ese trabajo, Agudelo también explora y desarrolla una visión muy en boga por estos días: aquella que asegura que el periodismo literario –eso que antes era el “nuevo periodismo”– es la prosa narrativa “de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día”. Algo que, sin desmerecer la excelencia de todos los textos aquí incluidos –créanme que en este coro no desentona ninguno–, resulta un tanto exagerado, pero que no deja de mostrar la importancia que el género ha ganado en el quehacer periodístico de la región, aún a contramano de los intentos de actualización garabateados en las primeras líneas. La inclusión de la sección “Los cronistas escriben sobre la crónica” aporta un pequeño corpus para extender el análisis, en este caso desde la pluma de gigantes de la talla de Martín Caparrós –cuyas apariciones lo terminan de consagrar como un cronista soberbio–, el colombiano Alberto Salcedo Ramos o el propio Villoro.
Y si por un lado se encuentra este válido intento de entronizar a la crónica, el otro –un lado subterráneo, que sólo susurra– nos enfrenta a aquello que el chileno Roberto Bolaño dice en el inicio del cuento “El Ojo Silva”: “de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica”. Podrían buscarse muchos puntos en común, pero creo que este es el que aúna, de manera inconsciente, a cada uno de los escritos que forman esta antología. La estela del nefasto Josef Mengele por un pueblito de Brasil o el destino de la gigantesca biblioteca del dictador Augusto Pinochet resultan las muestras más claras para evidenciar lo anterior. Aunque la ternura también se cuela por varias páginas, con “La cárcel del amor” como exponente indiscutible, y sobre todo memorable.
Lo más probable es que no, que no exista ese boom del periodismo que Alfaguara quiere hacer creer que está estallando ahorita mismo. La ausencia de una masa de lectores hace descartar, en un principio, esa posibilidad. Pero sí, es seguro que este libro generará devotos por la crónica entre los pocos que osen recorrerlo.
(Publicado en la columna Pase y lea, del diario Hoy Día Córdoba)
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