23 de julio de 2012

Estrategia de la evasión

Los popes de la industria editorial saben que los títulos deben ser atrapantes, llamadores, “marketineros”. Se cuentan por cientos los libros que fueron retitulados por editores avispados, con aciertos menores o mayores. Ahí quedó el ejemplo de La casa, que tiempo después pasó a ser100 años de soledad, o Y después se desata la tormenta de mierda, recauchutado y transformado en Nocturno de Chile antes de salir a imprenta, y el épico Crítica de la crítica crítica, que tras un sabio consejo salió a la venta como El Capital. Al éxito de esas fórmulas descartadas no podremos sopesarlo, pero lo que muestra esa estrategia de maquillaje es lo que muchas veces se les critica a los jefes editoriales: poner en segundo plano al texto, al contenido del libro, y darle más relevancia al slogan que lo titulará, para buscar una base de ventas que asegure la rentabilidad del negocio. Es sabido que hay tituladores pobres, que no le prestan atención a esa presentación necesaria, y otros decididamente malos. Pero ese defecto forma parte de lo que es el autor, y por eso mismo debería acompañar sus creaciones.
La reflexión anterior viene a cuento de Las ostras, la flamante novela del escritor cordobés Martín Cristal, y no porque el título sea pobre, sino porque considero que, decididamente, no funciona como gancho (o anzuelo, ya que hablamos de ostras). Lo que a su vez denota la libertad con que el autor decidió presentar su trabajo. Y constituye, además, la mejor síntesis para encapsular las historias que transcurren en estas páginas.
Hábil manipulador de las reglas temporales, Cristal se propone aquí jugar con el desarrollo cronológico y lo compartimenta en pequeños bloques bien delimitados –la mayoría de ellos monólogos–, anunciados por el horario en el que transcurren. Así, por caso, a las 7:30 de un viernes arrancamos el día –y el libro– junto a Jorge Berna, un capo inmobiliario que acaba de mudarse a una mansión llena de caprichos en un barrio cerrado, pero a las 9:30 presenciaremos la añoranza del solitario Alberto Ishikawa por su mujer Umiko, fallecida años atrás. A partir de pequeñas partes diferenciadas sólo por la hora en que transcurren, irán surgiendo varios personajes y sus personalidades, y también lo que ocurre con sus vidas mientras avanza ese día y medio que transcurre por el centro de Córdoba y sus alrededores.
La diferenciación de las vidas, los cambios de registro de un personaje a otro, la manera en que se develan pequeños detalles contextuales para armar cada historia, constituyen el desafío más grande en esta nueva obra de Martín Cristal. Pero si bien existe una atenta construcción biográfica de cada integrante –trabajo arduo y que precisa de una gran imaginación, en compañía de un plan bien delimitado–, Cristal no es tan efectivo al momento de armar las voces. Los monólogos no llegan a diferenciarse del todo, y eso provoca que un tipo como Berna –ricachón adulto y caprichoso– suene similar a un adolescente fanático del punk como Fish, por citar un caso. Existen diferenciaciones, sí, pero nunca dejan de hacerse visibles las huellas del autor, algo que es peligroso cuando se recurre a la primera persona para conformar gran parte del relato. Eso da una sensación de obra en construcción, de borrador sin terminar de pulir.
Pese a este desajuste, Las ostras atrae de una manera rara, sinuosa, difícil de encasillar. Quizás porque cuando parece que un suceso va a agotarse, da paso al fragmento de otra historia que dejamos atrás hace unas pocas páginas, y la conexión lector-texto vuelve a solidificarse. Y cuando menos lo esperamos el cambio llega de nuevo, hasta que nos acostumbramos al ritmo de ese mosaico de personalidades conflictuadas. Si logramos adaptarnos al viraje, si disfrutamos de los vaivenes temporales y de situaciones, la lectura avanzará como una barca por un río amable, aunque con algunos bríos en el camino.
¿Busca decirnos que estamos aislados, Cristal?, ¿que la individualidad fue demasiado lejos en el bien entrado siglo XXI? Es inevitable pensar en cada uno de estos protagonistas como ostras, como seres independientes, sin interconexiones e influencias. Pero a la vez que transmite esta imagen, la novela muestra que los nexos con los otros no sólo son necesarios, sino inevitables. Y que el mejor modo de encarar este hecho es enfrentar a tu manera a este mundo que quiere que te repliegues sobre vos mismo. Puede ser construyendo pequeñas figuras de origami, leyendo sobre biología marina, o contradiciendo a tus mejores amigos para cumplir tu sueño dentro de la música. O también escribiendo sobre una novela que hable sobre las ostras que pueblan el planeta.
(Publicado en la columna Pase y lea, del diario Hoy Día Córdoba)

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