Que la tapa de Recuerdos de Córdoba esté copada por un gato con cuatro ojos, un gato serio y alerta, dice más sobre el contenido del libro que el título elegido por Flavio Lo Presti para dar nombre a este compilado de artículos publicados en Ciudad X, la revista cultural –devenida en suplemento– de La Voz del Interior. Con esa mirada doble, a la vez hipnótica y un poco espeluznante, el gato dice más que el título porque representa la atención y sagacidad con que se tiene que ejercer toda buena crítica literaria, que es lo que predomina en este conjunto, y porque anticipa esa clase de miradas que pueden resultar molestas si se fijan con suficiente intensidad en lo que estás haciendo.
Con temor a caer en la condescendencia, quiero decir bien pronto que uno de los primeros pensamientos que se me cruzaron mientras leía Recuerdos de Córdoba fue que Lo Presti es un tipo inteligente y que sabe mixturar. Aquí no sólo se mezclan distintos temas, como el cholulismo literario (la persecución de varias “vacas sagradas” y la reconstrucción de esos encuentros), la anécdota privada (el retrato crudo de su padre y el de su propia enfermedad) o los sinsabores de una vida que parece anclada en una medianía incómoda y por momentos vulgar. Más importante es el cruce que ocurre en la construcción de cada texto, que con distintas intensidades mezcla al cordobés inconformista, al cronista atento que aprendió su oficio en la práctica, al crítico jodido que golpea duro si su vara “imperfecta pero rígida” así lo considera y al licenciado en Letras que denosta la teoría o la usa en su favor si el párrafo lo pide.
La variedad del libro invita al resumen, al listado. Por eso me gustaría detenerme en uno de estos híbridos, “El sobretodo de Vicente Luy”, donde se despliega el crítico más férreo y sincero junto al buen narrador, que sabe ir adonde quiere sin apuros, con ciertos rodeos que le dan ambiente al texto y hacen que la idea central caiga por su propio peso. A través de un extenso relato, Lo Presti cuenta cómo llegó a “De Caravana” y también cómo conoció a “XX”, un bloguero insidioso con el que coincidió no sólo en la “precisión para pegarle a la película”, sino también en la falta de disidencias que impera en la crítica cinéfila y literaria vernáculas, ya que no sólo cae el film más cordobés del nuevo cine cordobés, sino también la imagen hagiográfica del poeta Vicente Luy, a quien el bloguero rechaza porque “pasó a la posteridad como alguien ‘mejor que nosotros’ gracias a la indulgencia y la hipertrofia y la falta de crítica en la ciudad”. El artículo tiene visos de realidad, austeridad de crónica sobre hechos que ocurrieron verdaderamente. Pero como en muchos de estos artículos, las volteretas hacen pensar en que gran parte de lo que se muestra es una obra con grandes dosis de ficción al servicio del ácido crítico. Si fuera así, esta sería una de las mejores producciones que se pudieron leer en la fructífera Ciudad X, y lo mejor y más representativo de este libro.
Volviendo a la generalidad: todos los textos gozan de una naturalidad envidiable. Salvo cuando se excede en consideraciones peyorativas sobre su personalidad o su escritura –el recurso más artificioso y por eso más descartable de esta pluma–, Lo Presti parece escribir a sus anchas, cómodo, como si le estuviera relatando una anécdota por mail a un amigo tan exigente como él, con una soltura que hace que parezca falso –y hasta puede que sean burlas disimuladas– cuando confiesa que “toda mi vida quise escribir ficción, y hace mucho que no puedo hacerlo” o se lamenta porque “siempre quise escribir para millones, agradarle a los otros y revertir con un batacazo artístico una vida completa de pequeñez, pero no tengo paciencia y quizás tampoco talento”.
Leí Recuerdos… por primera vez en tres días febriles de noviembre, durante una faringitis casi fulminante, y me da gusto contar que su relectura confirmó lo que pensé entonces: que este libro es para devorárselo en un par de sentadas; que sólo así se lo puede disfrutar en toda su dimensión; que si bien no es una novela ni una obra completamente ficcional se trata de un artefacto fraguado por un narrador, uno que juega a hacerse el malo porque se siente cómodo en “el bando de los críticos”, pero que en cualquier momento podría asumir un rol creativo que también puede jugar. Habrá que ver si se anima a cambiar de camiseta, al menos por un tiempo.
(Publicado en el suplemento cultural del diario Hoy Día Córdoba)
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