3 de febrero de 2014

Lecciones para otra vida

“Leñador es una novela sobre la quietud, la certeza y la textura de las cosas.”
Pocas veces la frase de una contratapa es tan acertada como la que acaban de leer. Quince palabras son suficientes para sintetizar este coqueto mamotreto de 520 páginas que, ya lo saben, se llama Leñador y es una obra (por ahora no diremos novela) de Mike Wilson, nacido en Estados Unidos y criado entre Chile, Paraguay y Argentina, y que actualmente trabaja como catedrático de Letras en la Universidad Católica del país de los Parra.
Leñador
Bien; se nos habla de quietud, certeza, texturas… y eso es lo que encuentra el protagonista de este viaje, un tipo que combatió en la Guerra de Malvinas y que, abatido tras el fracaso “en las islas y en el ring”, buscará dejar atrás su pasado y se irá bien lejos, a un campamento de leñadores enclavado en pleno Yukón, extremo noroeste de Canadá. Ahí vivirá experiencias únicas, aprendizajes sólo realizables en ese contexto alejado, silencioso y a la vez cobijante. Lo mágico de su travesía, que también es lo mágico del libro, es la tarea que emprende apenas llega a ese rincón más poblado por árboles y animales que por personas. Porque el protagonista lo es porque narra sus días, pero sobre todo por la manera en que elige hacerlo: el centro de su escritura es el entorno. Se empeña en descripciones minuciosas sobre las herramientas que emplean los lugareños y sobre sus variantes y modos de uso; avanza amontonando datos sobre animales y plantas, sobre sus costumbres, y también sobre las costumbres, mitos, tradiciones y mañas de sus compañeros de campamento.
Sólo de a ratos, como pequeñas islas en un lago de aspiraciones enciclopédicas, aparecen sus acciones, su visión sobre las vivencias, sus recuerdos, su sentir. Son momentos de un trazo más transparente y de menos peso, siempre más cortos, más concretos, pero también más intensos. Es la combinación de estos planos tan distintos, aunque íntimamente relacionados, lo que hace de Leñador una máquina de teletransportación para quien firme el contrato de lectura que Wilson propone. Siguiendo al narrador, prestando atención a los detalles que emplea para enseñarnos el correcto uso del hacha o la mejor manera de mantener con vida las extremidades durante el invierno, entre las cientos de lecciones incluidas aquí –si hubiera más espacio transcribiría íntegras la receta del guiso y la de la elaboración de Guinnes, la cerveza negra que preparan los leñadores–, no podremos evitar percibir un súbito traslado a otro lugar, a otro estado de las cosas, a otra dinámica de lo cotidiano.
Está entre hombres que “respetan pero no temen la naturaleza”; muy por el contrario, su conocimiento es tan profundo que la cercanía es tan inapelable como la relación que nosotros tenemos con los colectivos, los semáforos, los ascensores y la dureza del suelo que pisamos a diario. Pero aquí no hay enfrentamientos ni choques: hay compenetración, entendimiento, interacción simbiótica, organismos entrelazados. “Me desplazo y cambio, y el bosque cambia porque yo he estado en él y yo me transfiguro porque el bosque ha estado en mí”, expresa este hombre sin nombre a quien se llega a conocer tanto y que, dejando de lado comparaciones literarias que podrían ser forzadas, recuerda al protagonista de Grizzly Man, Timothy Treadwell, quien fue matado por un oso pardo durante una larga y documentada estadía junto a esos gigantes en Alaska. El paralelismo sólo llega hasta ese deseo de internarse en medio de la naturaleza, recurrir a ella para huir, porque quien escribe en Leñador tiene bien en claro que los osos son eso y no “hermanos” o “amigos”, como anhelaba Treadwell.
¿Qué busca el narrador? Hay un atisbo de sus intenciones, que nos dejará por fin decir que esto es una novela. “Quizás ante la obsolescencia de un texto éste se vuelva literatura, se vuelva arte. El manual, el almanaque, la guía, pasa a ser novela, una novela dotada de una honestidad brutal sin artificio, sin pretensiones ni ambiciones literarias, sin ánimo de vanguardia ni de experimentación, simplemente un texto libre de espejismos.” Pero ahí hay algo que se nos va, un pequeño engaño. Porque sí, podemos decir que estamos ante un manual, una guía, pero la honestidad brutal de la novela, la falta de artificio, no son tales, ya que lo que Wilson hace –y que encubre detrás de un gran narrador– no es otra cosa que armar una ficción gigante. Realista, sí, detalladísima y enciclopédica, sí. Pero teje un argumento sobrecogedor que se encuentra montado en cada frase, sea ella un recorrido por la historia de los eclipses o un registro sumario de la alimentación de las ardillas.
Hay, con todo, una falencia a lo largo del texto. Pero me limitaré a decir que existe y no la describiré porque se trasluce aquí, y se hace más evidente durante la lectura de la novela.
Este artículo fue escrito, por si hasta aquí no quedó claro, para crear lectores de Leñador, adeptos que gozarán porque otra clase de historia transcurre ahí adentro. No una de aventuras, ni de fantasía, tampoco de misterio. Adentro espera, agazapado, el devenir de un hombre que de tan bien fraguado se confunde con una vida.
Publicada en Chile por Orjikh Editores, Leñador se puede conseguir entrando acá. 

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